Seleccionar página
Coloreando sonrisas

Coloreando sonrisas

Coloreando sonrisas

Verano deportivo, verano activo
INFORMACIÓN
INFORMACIÓN

El Campamento Urbano de Verano es una iniciativa que la Asociación Cultural “Coloreando Sonrisas” viene desarrollando desde su fundación en 2014, con diversas actividades para niños y adolescentes, impulsando la cultura, la educación y el ocio en La Adrada.

Actividades en las que la enseñanza y el aprendizaje, conforman una simbiosis entre deporte, cultura y medio ambiente.

Y así, una vez más como cada año (excepto el de 2020, que la pandemia obligó a parar en seco) la Asociación Cultural Coloreando Sonrisas nos facilita la información de cara a las actividades de este verano.

Grupos:
Infantil: 3-6 años
Primaria 7-11
Deportivo 12-16

Las fechas son desde el 1 de julio hasta el 28 agosto.

Como novedad, por la situación que tenemos, la asociación se ve obligada a delimitar los grupos. Además de solo ser 15 niños por grupo, este verano no se podrán apuntar cuando quieran, ni por dias sueltos…Tan solo existe la opción de quincena o mes completo, nada de semanas alternas tampoco, es decir, del 1 al 15 y del 16 al 30, o mes completo. Desde “Coloreando Sonrisas” nos comunican que sienten no poder ser tan flexibles este verano, debido a que la situación aún no está normalizada y hay que ser precavidos.

Información e inscripciones:
E-mail: coloreando_sonrisas3@hotmail.com
Tfnos 637 95 92 11 (Amanda) y 663 54 75 10 (Carla)

Colabora: Ayuntamiento de La Adrada

 

Lo que trajo la marea

Lo que trajo la marea

Lo que trajo la marea

Texto premiado en la categoría ADULTOS del V certamen de Relato Breve Villa de La Adrada.

Por Celia Sierra Moreno

Uno, dos, tres… consigo contar hasta veintidos antes de escuchar el segundo trueno de la tormenta que acaba de comenzar. Esta mañana al levantarme, el aire olía a humedad y como había aprendido de los vecinos más ancianos, esos días siempre terminaban con un festival de rayos y truenos que habitualmente presagiaban tanta agua como si fuera a terminarse el mundo.

El mar ruje enfadado y el viento golpea con fuerza una ventana abierta haciéndola chocar insistentemente contra la pared. Abandono los pinceles que estoy utilizando en una vieja botella con agua y me levanto para cerrar las puertas balcón donde, al asomarme, una conocida sensación de angustia se apodera de mí. Las nubes se agarran con fuerza a la montaña y las luces ambarinas que provienen de las casas esparcidas por la ladera titilan salpicando el paisaje y dotándole de ese halo de misterio que tan bien suelen recrear en las historias de terror. Al fondo, algunos pequeños barcos de pesca, capitaneados por los más valientes marineros del pueblo, mantienen una encarnizada lucha con las olas para conseguir volver a casa. No es tarea fácil, pero estoy segura de que tantos años de experiencia les darán la ventaja que necesitan para conseguir la victoria.

Otro trueno, mucho más fuerte que los anteriores me obliga a cerrar y refugiarme en el interior de mi estudio lleno de cuadros por acabar. Odio las tormentas. Odio los truenos y los días grises porque me recuerdan mucho al día que Elena desapareció. Veinte años. La semana que viene se cumplirán veinte años desde que la vi por última vez. Teníamos diecisiete.

Una noche nos habíamos despedido en los acantilados de Tabuenca después de haber pasado la tarde entre cerveza, pingles y marihuana, y el día siguiente nadie sabía nada de ella. Ni una nota, ni una llamada de teléfono. Ni siquiera un maldito mensaje de texto que nos diera una pista sobre qué había pasado. Durante días hicimos batidas por el pueblo y por los municipios vecinos. Policía, Guardia Civil, Bomberos, Guardacostas… ni recuerdo los cientos de operativos que se pusieron en marcha para dar con ella. Ninguno funcionó. Pasaron meses de incertidumbre, de angustia, de enfado… y la situación se hizo tan insostenible que nuestra pandilla terminó por deshacerse. Elena desapareció y todos nuestros sueños desaparecieron con ella. Y yo, que odiaba el dibujo, comencé a pintar para ganarme la vida en un intento de sentirla cerca.

¿Dónde te fuiste, Elena? ¿Por qué así?

Desde la cocina, donde a fuego lento infusiona un té de menta, escucho los golpes en la puerta de atrás. Preocupada, corro a abrir porque nadie en su sano juicio se presentaría de visita en una horrible tarde como esta y veinte años de incertidumbre se borran de un plumazo cuando un joven con los mismos ojos de mi amiga me mira asustado desde el otro lado.

-Tienes que venir conmigo, Lucía, por favor. Mi madre te necesita.

Mil y Cien

Mil y Cien

Mil y Cien

Texto premiado en la categoría infantil del V certamen de Relato Breve Villa de La Adrada

Por Ibai Pariente Colorado.

Había una vez un alienígena que se llamaba Mil, porque podía correr mil por hora. Era un alienígena joven, tenía 80 años. Era de color azul oscuro, tenía tres cuellos con tres ojos y una boca muy grande con dientes afilados como un tiburón. Lo que más le gustaba a Mil era correr, jugar con sus amigos en el parque, jugar a la consola y escribir cuentos en el ordenador.

Vivía en un planeta que se llamaba Pinto y era de colores: azul verdoso y verde azulado. Y tenía animales raros: osos azules, amarillos, verdes y rojos.

Un día había decidido hacer un mapa del tesoro y buscar un tesoro en el bosque. Cogió una mochila azul clara y metió unas gafas de sol y el mapa del tesoro. Se puso su chaqueta que tenía tres botones para correr más rápido y menos rápido.

En el bosque se encontró con un oso rojo, que era muy malo y muy grande. Más grande que una
jirafa. Y entonces había decidido darle al botón azul para irse muy rápido. Y ya no vio al oso nunca más, porque le había despistado. Mil había ido a la derecha y el oso rojo a la izquierda.

Luego volvió a buscar el tesoro, que estaba debajo de una piedra y se puso muy contento. El tesoro era una tarjeta de su mejor amigo, que se llamaba Cien, porque podía correr a cien por hora de velocidad. Su amigo vivía en una cueva de piedra. Y Mil en una casa de ladrillos marrón claro. En la tarjeta de Cien ponía: Para mi mejor amigo. Nos vemos esta tarde en el parque. Un abrazo muy fuerte y un beso muy gigante.

Así que Mil fue al parque en su coche súper rápido y jugó con Cien toda la tarde.

Y Colorin Colorado este cuento se ha acabado y Colorin Colorete por la chimenea sale un cohete. Y en el cohete estaban Mil y Cien y se fueron de su planeta al planeta más lejano, Marte.

La cabaña

La cabaña

La cabaña

Texto premiado en la categoría juvenil del V certamen de Relato Breve Villa de La Adrada.

Por Y. D.

Vivía en un pueblo como otro cualquiera, ni demasiado grande ni tampoco excesivamente pequeño, tenía un parque y niños que acudían él todas las tardes. Pero a sus afueras había una cabaña; cabaña en la que nos reuníamos todas las tardes, lloviese, hiciese mucho calor, nevase, siempre íbamos. Nuestros padres nos tenían repetido hasta la saciedad que a partir de ahí no podíamos alejarnos más. Pero siendo como éramos niños imprudentes y aventureros un día nos internamos en el bosque. No teníamos ni idea de el porqué esa prohibición pero pronto lo descubriríamos. Apenas llevábamos cien metros recorridos cuando escuchamos un grito, nos miramos y salimos corriendo de allí. En la cabañas dialogamos sobre la forma de saber lo que ocurrió. Al final fue Iker el más mayor, pero a la vez el más imprudente el que se decidió por preguntar a su abuelo:

– Abuelo, ¿qué pasó más allá de la cabaña? – dijo.

Este que apreciaba mucho a su nieto le desveló el secreto no sin antes hacerle prometer que nunca iría allí.

– Yo de joven también quedaba con mis amigos en vuestra cabaña, en aquel entonces había una mina en la que trabajaban nuestros padres, acompañados de canarios que les indicaba como estaba el aire. Un día la mina explotó con la mayoría de trabajadores dentro, entre ellos mi padre – en ese momento una lágrima le caía por la mejilla – y ahora se dice que se pueden oir sus gritos en la mina, donde aún permanecen algunos cadáveres sepultados bajo ella.

Nada más oír esto Iker volvió a la cabaña y nos contó todo. Nos miramos aterrorizados, pero él dijo que éramos unos cobardes y que alguno de ellos tendría que ir a comprobar si era cierto.

Lo echamos a suertes y le tocó a Mario, el más pequeño. Dijo que no lo haría, entonces Iker le amenazó con que si no lo hacia no volvería a pisar esta cabaña. Añadió que el mismo lo acompañaría para asegurarse de que entrase.

Cuando ambos estuvieron en la boca de la mina, este le suplicó y lloró, pero Iker impasible le obligó a entrar. Cuando entró se oyó un grito e Iker se fue abandonando a Mario a su suerte. Poco después los niños contaron esto a su padres. El padre de Mario sin dudarlo entró en la mina y se puso a buscarlo, oía varios gritos, pero lo único que le importaba en ese momento era su hijo. De repente vio una silueta, alumbró hacia ese lugar y vio a su hijo, manchado completamente de polvo y con alguna que otra herida, y a su lado una pareja de canarios que emitían un grito similar al de un humano. Mario esbozó una sonrisa y se desmayó.

© Copyright LA ADRADA.NET