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Por Luis Jonás VEGAS
Esa no es sino la duda desde la que planteamos el presente, tras comprobar los efectos causados por la todavía no lo olvidemos propuesta de modificación del Estatuto de Autonomía de Cataluña, en tanto en cuanto que todavía no se han diluido del todo los tambores de guerra que cada vez con más fuerza hacen resonar los dirigentes del P.P, bien sean éstos entonados por medios propios, por ejemplo a través de esa campaña que va a costar alrededor del …
…medio millón de Euros, los cuales, no lo olvidemos, pagaremos entre todos; o a través de métodos menos directos, como puede ser dotando de carnaza, eso sí, en este caso una buena pieza, a la densa red de prestidigitadores orales y chambelanes de corte resentidos que se pasean aún hoy por determinados medios de comunicación arrastrando sus miserias en forma de inquina por no poder encajar que, esta vez sí, han perdido, a pesar de que sigan buscando “viejas batallas” desde las que resucitar o encumbrar a “los héroes” ¿de la nueva España?
Una vez superada, si es que en éste caso no es demasiado pedir la connotación política, nos encontramos con que, en base a la Constitución Española, que rige a todos los españoles y cuyos contenidos se materializan en los Estatutos Autonómicos, incluido el Catalán; y a la interpretación histórica, varios han de ser los elementos que entren en juego a la hora no ya de promulgar, sino basta con promover, una revolución Social y Política del calado de la que hoy nos ocupa. Estos elementos deben ser al menos motivación, contenidos y, por supuesto, objetivos.
En el caso de la motivación, indiscutible para cualquiera que analice el problema desde el prisma de la objetividad, y sin apasionamiento, es evidente que es lo que sobra. A nadie se le escapa que hay pocos lugares en el mundo, y por supuesto dentro del Territorio Nacional ninguno, en el que tan arraigado esté la conciencia de pertenencia exclusiva a la nacionalidad derivada de su territorialidad.
Sin embargo, y como hecho relevante y no por ello menos curioso, observamos como esta motivación, que se supone en la mayoría de los fenómenos sociales el mayor agente de aportación de beneficios, se convierte, en el caso del problema catalán, en su mayor lastre, ya que a la mayoría de españoles les molesta sobremanera que el ciudadano catalán se defina como tal. El motivo, a muchos de esos españoles les gustaría poder gritar con la misma fuerza con la que lo hace el catalán, su condición de españoles. Como resultado, de nuevo el quiero y no puedo que tantas veces ha perseguido al habitante de España a lo largo de la Historia, se repite.
Los objetivos, alimentados y consecuencia de esta motivación, aparecen por ende no menos claros. Lograr la Autonomía en el más amplio de los conceptos que este manido término conlleva. Liberarse, aunque suene lamentable, de la “asimilación española”, que para ellos supone el formar parte de una Nación con la que no se sienten identificados.
Y, por último, aunque a mi entender formando la parte fundamental del entramado, los contenidos. Nadie puede pensar que un fenómeno del calado del que nos ocupa se gesta en un día, o se argumenta desde la potencial cabezonería de un grupo de iluminados.
Para que un movimiento como el tratado tenga visos de fructificar, ha de llegar al pueblo, asentarse en todos los estratos sociales que lo conforman, dar a cada uno de ellos la parte que quieren recibir, o al menos permitirles escuchar lo que quieren oír, y finalmente ser capaces de tejer una estructura lo suficientemente tupida como para aguantar los envites de la Historia.
Porque en el caso Catalán se han logrado estos objetivos de manera tan evidente, por dos motivos fundamentales: Se han ganado al pueblo para que luche por ello, y tienen elementos Culturales e Históricos que argumentan sobradamente ésta lucha.
Respecto a la veracidad de la primera afirmación, parece evidente que el “movimiento catalanista”, por llamarlo así, tiene, a efectos de lucha social, mucho terreno ganado de partida ya que, tal y como la historia se empeña en demostrarnos continuamente, será aquél que disponga de la fuerza que aporta la clase social más numerosa, la productiva, el que se asegurará la salvaguarda de sus intereses ya que será esta clase social quien garantice la vuelta a la normalidad y la redefinición de las estructuras una vez reconstruido el orden.
En lo que concierne a lo segundo, y citando de memoria, son elementos tales como la tenencia de una Lengua propia, sustentada en un Literatura y en una Historia de la Literatura lo suficientemente reconocida, con autores de renombre que publiquen sólo en esa Lengua; unido todo ello a la existencia de rasgos diferenciadores respecto al grupo mayoritario, a la vez que identificadores del grupo minoritario, los que identifican la presencia de una Cultura. Por ello, parece de sentido común reconocer que Cataluña tiene una Cultura, en el amplio sentido que la palabra adquiere, propia respecto a la del resto de miembros de España.
Lejos de empujar hacia las repercusiones que para los catalanes, y potencialmente para el resto de españoles puede tener la aprobación del Estatuto Catalán, el objetivo del presente es advertir de las nefastas consecuencias, en este caso innegables que puede tener el hecho de “obcecarse de manera irresponsable en tratar de impedir a cualquier precio su aprobación.” Así, partidos de calado y de trascendencia “nacional”, deberían manifestar más cuidado y respeto hacia los ciudadanos de toda España a la hora de referir sus estrategias, algunas de ellas de marcado carácter revisionista y segregacionista, antes de emprender una loca carrera enarbolando el cartel del todo vale, empeñados en demostrar una ficticia unidad de España en la que ya sólo pueden creer los mismos que hace setenta años se empeñaron el “imponer su liberación”, aunque para ello tuvieran que pasar por las armas a los que cometieron el error de mirar a España con unos ojos diferentes que los suyos, incluido un Presidente de Generalitat.
Una vez más el problema no radica en la excesiva velocidad del tren del cambio motivado por algunos, sino en el excesivo lastre del inmovilismo que algunos se empeñan en arrastrar. Curioso resulta que alguno de éstos, intente argumentarlo desde la legitimidad de una Constitución en la que no creen, y que en el mejor de los casos consideran la “menos mala” de las soluciones a ese problema que tuvo a España, a la suya y a la de todos, cuarenta años atrapada en el barro del inmovilismo y el oprobio.
LUIS JONAS VEGAS
La Adrada, octubre de 2005

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