Martín
Foto: Jesús Martínez Domínguez
Le pedí como siempre un café con leche y una barrita tostada, y le pregunté por quién sonaban las campanas.
Por Martín, me contestó.
Por: Rafael Villafáñez Cáceres
Publicado en la revista de las Fiestas de El Salvador 2001
Venía desde Madrid, era un día final de invierno, con la mañana amenazando lluvia, como todas las de ese invierno. Tomé la carretera antigua para entrar en el pueblo, y al pasar por el Franquillo, escuché los tonos pausados, lentos, funestos de las campanas de la Iglesia. Sabía lo que me comunicaban, alguien del pueblo nos había dejado. Aparqué detrás del coche de línea, el Correo de las once y cuando salí y miré el banco del Café del Peral, lo vi vacío. No te vi, un mal presentimiento me vino. Entré en el Café, allí estaba Antonio. Le pedí como siempre un café con leche y una barrita tostada y le pregunté por quién sonaban las campanas. -Por Martín-, me contestó.
No me había equivocado, no podía equivocarme. Cómo no ibas a estar a dar la salida de tu Correo. Tomé el café y la barrita y me senté en la mesa a desayunar. Cogí la prensa del mostrador, pero no podía leerla. Eran tantos los recuerdos que llegaban a mi memoria que no podía leerlo. Empecé a recordar la primera vez que te vi. Han pasado mas de cuarenta años, ya cerca de cincuenta.
El Correo que me traía también era el de la mañana. Habíamos salido de Madrid, de la calle Mayor. Venía sentado en el transportín de aquel coche, que parecía una tartana. Llegaba con mi madrina y su madre. Por aquel entonces veníamos al pueblo pocos forasteros, como tú nos llamabas. Allí te vi, con un pantalón marrón de pana con unos remiendos a cuadros oscuros y una camisa clara, y con tu boina. Tenías una delgadez importante, siempre la has tenido. Al bajar del Correo, me preguntaste:
-¿Oye tú, chaval ! Cómo te llamas ? -Me llamo Rafa, contesté.
-¡Ah, bueno! Pues esa que va contigo es mi novia. ¿Lo sabes no?
Nos dirigimos hacia la Nava, a casa del tío Paulino y la señora Goya. Tú nos seguiste hasta la fuente, hoy la “fuente del riñón”, y allí te despediste.
-Me voy, que viene otro coche.
-¡Hasta luego, Martín!
Le pregunté a Primi:
¿Este quién es?
-Este es Martín, no le hagas mucho caso.
Después te fui viendo. No faltabas ningún día a tu cita, eran tus autocares, eras el dueño, no podías faltar, tenías que darles la salida, allí veías a la gente que subía y bajaba… eras el primero en saberlo. Tira, tira, no pares hasta Piedralaves… Venga, ya puedes salir… En Sotillo para, que hay viajeros… Así, año tras año. Por eso al no verte hoy, sabía que eras tú el que faltaba.
En aquellos tiempos, los muchachos jugábamos al “toro” y tú presumías de ser el empresario.
¡Martín! ¿Qué tal son los toros este año?
Son grandes, son de Lanzahíta.
¿Y a quién traes ?
Este año vienen Higares y el Sotillano. Ya le he dicho al tío Chenita que refuerce la plaza (la plaza de madera que se levantaba junto a la Ermita), porque este año va a venir mucha gente.
Luego hiciste empresa con Carmelo y Julio, pero los toros… los toros los seguías trayendo tú.
Eras amigo de todos, nunca pediste nada; si te invitaban a un chato lo tomabas, si te daban la cajecilla de “celtas”, la cogías, pero nunca pediste nada. Tú eras Martín.
Tomé mi café y salí. Me encontré con un viejo amigo del pueblo, hacía mucho que no nos veíamos: ¿Has visto cómo ha cambiado el pueblo? – Sí, sí, ya lo creo que ha cambiado. -¿Recuerdas cuando nos bañábamos en el charco de la tía Damiana?- Sí, sí lo recuerdo… El pueblo ha cambiado mucho. Pero desde hoy ya no será el mismo…
¿Por qué lo dices ?
Porque ya no tiene a Martín
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