Reconocimiento a D. Cesáreo
Artículo de Benigno López Gutierrez, publicado el el diario de Ávila el 11/10/2001.
Nació en 1926, en Navamorales, provincia de Salamanca, aunque perteneciente en aquel entonces a la diócesis de Ávila. Cursó sus estudios en el Seminario diocesano de la capital abulense y –como miembro de la primera promoción, siendo rector Don Baldomero Jiménez Duque– el obispo Moro Briz le ordenó sacerdote el día 15 de febrero de 1953; dos días después celebró, en su pueblo natal, su primera misa.
Ahora, después de más de 48 años de ejercicio de su ministerio sacerdotal al servicio de la Iglesia y del pueblo cristiano, de ellos 34 –los últimos– en La Adrada, un tanto por imperativos de la edad y también por su delicada salud, el padre Cesáreo García Blázquez, Don Cesáreo, como todos le conocemos en el pueblo a nuestro querido párroco, ha dicho adiós a sus responsabilidades de cura-párroco, porque de sacerdote lo será de por vida. Y como tal se queda entre nosotros.
A lo largo de todos estos años las gentes de la Adrada hemos sido testigos, como antes lo fueran las de La Zarza (Valladolid) –también entonces diócesis de Avila– y Santa María del Tiétar –los otros dos pueblos donde con anterioridad a éste ejerció su ministerio–, del espíritu abierto y comprensivo, paciente y conciliador, de este sacerdote; de su fidelidad a la Iglesia y al sacerdocio; de su celo pastoral; de su profunda humildad y sencillez; de su compromiso social y su caridad y solidaridad para con todos, especialmente con los más débiles y necesitados.
Yo sé bien que decir estas cosas y hablar de los valores y cualidades de este hombre de Dios y servidor del Evangelio, es herir, y mucho, su modestia. Pero me ha parecido oportuno hacer esta sencilla y breve, pero sentida, semblanza, como justo reconocimiento a quien se hizo sacerdote con el lema “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, ha hecho del sacerdocio la razón de su ser y ha hecho de su vida un acto de servicio y de entrega a los demás, por amor al que es Amor, sin distinción de personas, creyentes o no creyentes, practicantes o no practicantes, feligreses o no.
Muchos han sido los adradenses que se hicieron hijos de la Iglesia recibiendo de sus manos las aguas bautismales; muchos han sido también los que de ellas recibieron por primera vez (y muchas más) al que es Camino, Verdad y Vida; muchos han sido los que en su presencia se unieron en el sacramento que proyecta y prolonga la obra del Creador y la vida; muchos han sido los niños y adolescentes a los que procuró la necesaria e indispensable formación catequética sobre las verdades de la fe y el estilo de vida cristiana; muchos han sido los que en el dolor y la enfermedad, o en los momentos difíciles y en las adversidades de la vida han recibido de él ayuda y consuelo y les infundió ánimo, fortaleza y esperanza, compartiendo también alegrías y bonanzas. Muchos han sido –y somos– los que por su ministerio hemos recibido el perdón de nuestras debilidades y miserias humanas; muchos fueron, en fin, a los que en el ocaso de su vida confortó y preparó para el viaje a la eternidad.
En nombre de tantos y de todos: ¡Gracias, Don Cesáreo! Y que, cuando le llegue el momento, el Padre Amoroso se lo premie como celoso, fiel e incansable trabajador que ha sido de la viña del Señor.
Benigno López Gutiérrez
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