El Aprisquillo es un árbol que está de actualidad y al que Pablo Caamaño en Retazos de Rimas y Ripios le dedicó uno de sus poemas
Fotografía: Conchi Roldán
Al Aprisquillo
Culminando romántica odisea
he llegado al pino el “Aprisquillo”.
Cuando ardoroso sol la caldea
y la sierra se viste de amarillo
y estoy a los pies de ese gigante
le doy gracias a Dios, y me arrodillo.
Que al ver su corteza tan brillante,
su altura, su grosor, su fortaleza,
se le alegra el alma al visitante.
¿Alguien puede decirme con certeza
cuantos metros alcanza con su altura?
¿Cuántos brazos unidos con firmeza
midieron a brazadas su cintura?
¿Cuántas veces ha visto de llover?
¿Cuanta veces la nieve blanca y pura
y el granizo ha visto de caer?
¿Cuántas veces el viento le ha azotado?
¿Hay alguien que pueda responder?
Por encima de él, el águila ha volado
y buscando su amparo y protección
en la horquilla de sus ramas ha anidado.
Está claro que nació de algún piñón
y que fue un pinillo diminuto,
y logró tan enorme dimensión
engordando minuto tras minuto
bebiendo sus raíces del reguero.
No da peras, ni nueces ni otro fruto,
solamente reposo al montañero
que gozoso a su tronco se aproxima
después de recorrer arduo sendero.
Y al hallarse tan cerca, casi encima
exclama sorprendido y jubiloso:
“En esta altitud y en este clima:
¿Cómo puede vivir este coloso?”
Alguien suele decir que es muy feo
pero yo le encuentro muy hermoso
con los ojos del alma que le veo
aunque ya tenga seca alguna rama.
Cuando caigo en los brazos de Morfeo
y con placidez sueño en mi cama,
esa ensoñación hacia él me lleva
que no hay pino que tenga tanta fama.
Ni ninguna persona que se atreva
a descubrir certero los arcanos
de tener una vida tan longeva.
Ha visto transcurrir muchos veranos,
otoños, inviernos, primaveras…
Ha visto de morir a sus hermanos
talados por las hachas traicioneras.
Ha oído de atronar, y el ronco eco
extenderse por vallejos y laderas
desde el cercano canto del Berrueco.
Impotente y a la vez desconsolado
ha visto de morir al pino seco
que tantos años convivió a su lado.
Hasta ahora el fuego le respeta
y también el viento huracanado.
Su altiva y señorial silueta
destaca a la orilla del reguero,
y cuando el hambre al animal aprieta
ha oído de aullar al lobo fiero,
y responder con su ladrido ronco
el poderoso perro del cabrero.
A veces, al lado de su tronco
se durmió el confiado zagalillo,
y el padre, un hombre tosco y bronco
le dio la reprimenda al chiquillo;
que podría contar alguna historia
si hablase el pino el “Aprisquillo.”
Pero es una labor muy meritoria
el haberse librado de la tala,
y seguir siendo el rey; su victoria.
En regia majestad nadie le iguala,
y entre cien, entre mil, entre un millón,
se libró del hacha y la destrala.
Y aunque también naciera de un piñón
es tanta su elegancia y su belleza
que no puede existir comparación.
Aunque es muy delgada su corteza,
y a pesar del relente del reguero,
con vigor, con tesón y con firmeza
ha derrotado al cierzo traicionero.
Ha aguantado impasible las heladas
el fuerte vendaval y el aguacero.
Ha visto muchas noches estrelladas,
ha visto de cruzar mil lunas llenas,
ha visto de caer fuertes nevadas
en noches sosegadas y serenas.
Ha visto que esa nieve que caía
era limpia igual que las Patenas.
Ha visto como el Sol la derretía
y después sedientas sus raíces,
se saciaban del agua que corría.
Ha visto verde en todos sus matices
y ha visto los piornos florecer
y ha sabido cerrar sus cicatrices.
Que algún desaprensivo quiso hacer
en su tronco una sangrante herida.
Desde allí: ¿Qué más se puede ver?
Permitir que del pino me despida
con la serena calma de un poeta
y deseando al árbol larga vida.
Y pido a ese coloso, a ese atleta,
que se guarde del hacha y la destrala
Que siga destacando su silueta
que en regia majestad nadie le iguala,
que sea su vejez muy duradera
y que Dios le proteja de la tala
del violento huracán y de la hoguera.
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