Sobre un libro de relatos breves de Luis Arencibia
A la entrada de La Adrada, una escultura en bronce da la bienvenida a los visitantes de esta villa. Es “La Niña de La Adrada”, una creación escultórica del artista teldense y gran amigo de La Adrada, Luis Arencibia Betancor, donada a los adradenses en el año 2007.
Luis Arencibia Betancort nació en Telde, Gran Canaria. Licenciado en Filosofía y Letras. Técnico Superior de Administración. Escultor, grabador y dibujante. Director del Área Artística del Ayuntamiento de Leganés. En 1984 inició el Museo de Escultura de Leganés que dirige en la actualidad. Ha publicado dos libros de cuentos, San Juan Bicéfalo (Ediciones Almarabú, 1985) y El Discurso del Cuerdo (Casset Ediciones, 1992).
Sus obras se encuentran en el Senado (Madrid), la Biblioteca Nacional, Fundación Juan March, Museo Postal de Estrasburgo, Casa de la Moneda (Madrid), Museo de Salamanca, Museo Néstor, Museo de Colón, Museo Fundación Goyafuendetodos, Museo de Escultura de Ceuta, Museo León y Castillo (Telde, Gran Canaria), Museo Tomás Morales (Moya, Gran Canaria), Museo de Escultura de Aracena, y en diversas iglesias y poblaciones de Canarias, Madrid, Guadalajara, Ávila, Huelva, etc.
En un reciente artículo, el escritor canario Alexis Ravelo nos traza unas breves pinceladas sobre Luis Arencibia y sobre uno de sus libros , “El discurso del cuerdo”, que por su interés se reproduce a continuación.
La realidad y sus excepciones
Por Alexis Ravelo [Leer artículo en origen ]
Esta semana te traigo un libro contra el correctismo, contra el aburrimiento y, sobre todo, contra la mala literatura: El discurso del cuerdo, de Luis Arencibia, con prólogo, nada más y nada menos, que de Luis Alberto de Cuenca. No sé si era Alfred Jarry quien decía que sabemos menos de la realidad por sus reglas que por sus excepciones. En eso, creo, está la raíz de toda la literatura del absurdo, en una línea que parece nacer con el propio Jarry (aunque ahí estaba ya Rabelais, por ejemplo) y que prosigue con Ionesco, Samuel Beckett, Raymond Queneau o Juan José Arreola.
Y en esta línea podría insertarse perfectamente este libro de relatos breves (muy breves) de Luis Arencibia. Son 26 cuentos salvajes por los que pululan funcionarios que mantienen relaciones carnales con máquinas de escribir, beatos de dos cabezas, mujeres que intentan dar calor a sus caniches metiéndolos en el microondas y autoridades municipales que convocan concursos de ataúdes. Esto por citar las historias menos truculentas.
Estos argumentos contrastan con la prosa elegante, culta y eficiente mediante la cual están desarrollados. El resultado es un libro ágil e irreverente, original y tremendamente plástico, con un rabioso humor negro que oscila entre el expresionismo y el surrealismo.
Los relatos van, además, acompañados por ilustraciones del propio autor, quien se encargó, además, del diseño de cubierta.
En el prólogo, Luis Alberto de Cuenca compara a Luis Arencibia con Roland Topor, de quien ya recomendé aquí El quimérico inquilino. La comparación es pertinente, no solo por su estilo ácido y macabro, sino porque, como Topor, Arencibia pertenece más a la plástica que a la literatura. Porque, claro, estoy refiriéndome todo el rato al escultor Luis Arencibia Betancort, nacido en la ciudad de Telde pero que reside desde los años setenta en Leganés y cuyas obras embellecen las plazas de media España (un ejemplo es el Monumento a las víctimas del 11M, situado en la plaza del Agua, de Leganés).
Además, hay obras suyas en el Senado, en la Biblioteca Nacional o en el Museo Postal de Estrasburgo. Bueno, pues este Luis Arencibia escultor también ha resultado ser un escritor interesantísimo y, sobre todo, divertido. Y lo demuestra en este libro cáustico e inteligente que, te aseguro, no deja indiferente a nadie.
Así pues, para esta semana, El discurso del cuerdo, de Luis Arencibia, en Anroart Ediciones, 152 páginas de humor descarnado, fogonazos estéticos y bofetadas a eso que los burgueses llaman “la realidad”.
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